Creo, y hasta estoy casi seguro, que queres olvidarme, dejar de quererme, por fin no extrañarme.
Y eso me lastima tanto, casi tanto como yo te lastimé a vos, y aunque nunca olvidarás esa herida, como me gustaría, con todo el amor y sinceridad que puedo encontrar en lo más profundo de mí, curarte cualquier retazo de tu corazón y abrazarte con el cariño más grande que siente mi alma.
Esperaría paciente, que tu enojo pase y que las aguas calmen, y ahí estaría yo con los brazos abiertos para volver a recibirte, y doblegar toda sonrisa que alguna vez te hice sentir. Te quiero, te quiero hoy y te quiero siempre.
Te amo, sinceramente, sábados a la noche y miércoles, a las cuatro de la tarde. Recién levantada como tantas veces que tuve el privilegio de verte o maquillada, como cada vez que pude contemplarte, enamorado, loco, pensando el miedo que me daría perderte.
Quiero volver a encontrarte, en esa plaza, en aquel banco y en cualquier otro lugar donde hayamos estado juntos, donde me hiciste sonreír con plenitud y me llenaste de esa alegría que no encuentro en ningún lado.
Hoy afirmo, que cada día te extraño más, y que cada día me enamoro más de vos.
Realmente creo que me enamoré de tus malas actitudes, de tu manera sutil de enojarte por todo, de tu forma insoportable de ponerte celosa, de tus palabras hirientes, también me enamoré de esos maltratos que después vienen de arrepentimientos, y sobre todo de tus enojos después de miles de preguntas mías.
Me enamoré de todo eso a lo que llaman defectos, porque cualquiera se podría enamorar de tu lado tierno, de tus besos sinceros y tus abrazos tan lindos, de tus miradas profundas y tus suspiros que exhalas de vez en cuando, pero enamoran, ¡Cuánto enamoran!
Te amé ayer, te amo hoy, y Coni, te amo siempre.
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