Estoy asustado, indeciso, desesperado, deseoso, hambriento, soñador y enamorado. Todo. De vos.
Escribiendo te amo se que cada letra te mira a los ojos y te da un abrazo de esos que siempre me gustó brindarte, aquellos que callan las palabras y calman las tristezas, y me gusta tener en claro que verte, en cualquier circunstancia o momento, me hace bien.
Aunque ahora mi esperanza se asemeja a una brújula, y las brújulas de poco sirven si no se tiene un mapa. Pretendo llegar a vos al final del camino pero vaya a saber como, sin saber que recorrer y que obstáculos sortear.
Diariamente mi cabeza se convirtió en un martirio de recuerdos que no para de recordarme lo feliz que fui con vos, y proyectarme imágenes pasadas como si fuese una película, una de esas que las quisiéramos ver una, y otra, y otra vez.
Alguna vez dije que me habías cambiado el concepto de amar, para bien, y para siempre, pero que alejado estaba mi querer del tuyo que vos dándome todo yo termine dándote nada. Como me gustaría volver a tenerte para aprender a quererte, y paso a paso poder cuidarte, equivocarme tal vez, nuevamente, pero siempre intentando hacerte el mayor bien posible.
La tristeza de tenerte no mata. Pesa, duele, me paraliza, da miedo e impotencia. Pero no mata.
Lamentablemente.
Y día a día tengo que sufrir la pena de que ahora sí te siento ausente, y hablo de esa ausencia que no duele, sino que arde, quema, se calma y vuelve a quemar, sofoca y te obliga a llorar.
Y sin buscarte o también haciéndolo, te encuentro en absolutamente cualquier parte, principalmente cuando llega la noche y cierro los ojos.
Un abrazo, un beso y tus ojos mirando los míos, el mejor combustible para las alas.
Cuando quieras, yo voy a estar acá, paciente, amando y extrañando cada parte tuya, esperando, que te atrevas a volar conmigo.
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