Tengo que admitir que hoy, la lluvia golpea el techo y yo estoy empapado hasta la médula en la desesperanza, la tristeza y la desolación.
El valor definitivo de nuestras vidas no es decidido por nuestra forma de ganar, sino por nuestra manera de perder. Hoy entendí que mi vida tiene un valor definitivo nulo, al parecer, porque no logro asimilar y mucho menos entender el hecho de perder algo que quiero tanto.
Te amo.
Aunque con vos sentí emoción en estado puro, y el tacto de aquello fue demasiado vivo y poseyó un peso demasiado real para ser reducido a un concepto. Creo que el te amo quedaba chico, por eso nunca me alcanzó con solo decirte eso, y tuve que esforzarme día a día, a pesar de mis errores, en demostrarte cuánto te quería.
Lo demostré en mi forma, tal vez ridícula y obsesiva, de querer conocerte a fondo.
Y te conocí tanto, y a la vez tan poco, porque sos un mundo de cosas inesperadas, pero puse mi esfuerzo para hacer todo lo que pude.
Observe con precaución la cantidad innecesaria de servilletas que usabas cada vez que comíamos en algún lugar, la forma particular de mover tu pierna antes de dormirte, y la forma particular y diferente de hacerlo al despertarte, que canales de televisión frecuentabas, tu forma tan única de caminar y la sonrisa que me alegraba el mundo cada vez que te veía venir, tus colores preferidos al vestirte, lo áspero pero a la vez lo suave que me sentían las palmas de tus manos, la ubicación exacta de tus lunares en tu cuerpo, las comidas que te gustaban y aquellas que no tanto.
Te observé con la atención que mira un hipnotizado a su hipnotizador cada vez que me hablabas, o cada vez que me pedías, a través de un silencio, que te mire, que aprenda sobre vos, que sepa descifrar cuando abrazarte y cuando no hacerlo, cuando insistir, cuando no. También averigüe el punto justo de tu paciencia, de tu comprensión y de tu enojo.
Investigué también, cuánta fuerza tenías, cuán fuerte pellizcabas, que besos te gustaban, que palabras te gustaban escuchar y cuáles no. Me di cuenta que te encantan los mimos, pero hay una época del mes que te pones mas mimosa de lo normal, y me enternece, porque te aprovechaba al máximo esos días que parecías un abrojo y no te despegabas de mí. Tengo que admitir que amaba esos días. Aunque también amaba todo el resto del tiempo que estaba con vos.
Pude aprender, con un poco de paciencia, cada uno de tus gustos, que no sos muy partidaria de la sal, que no te gusta la chocolatada con azúcar y MUCHO MENOS, caliente. Que tu letra es pintoresca, y a veces pareces una nena, haciéndole corazones a las i y coronas a las o.
Tal vez no eras la mejor en muchas cosas, y no tenías talento para tantas otras, pero lo compensabas con tu esfuerzo constante y tu perfeccionismo ridículo, que a mi siempre me pareció innecesario.
Aprendí cuando quedarme callado, porque si bien me fascina ser el que más habla en las conversaciones con el resto de la gente, con vos era distinto. Nada impacientaba mi hablar porque escucharte siempre fue un privilegio, algo que disfrutaba tanto que nunca sentí la necesidad de interrumpirte, solo dejaba que hablaras, que te explayes, que me digas cosas que tal vez no me interesaban pero te aseguro, escuchaba cada palabra con total atención.
Aprendí lo creyente que sos, y empecé a creer en las fuerzas del destino cuando ví que vos también creías en eso, y me convencí.
Me dí cuenta, también, tu fuerte carácter al discutir, lo hiriente que podes llegar a ser enojada. Lo fuerte que tiras zapatos, y lo que duele pararlos con la frente.
Lo HERMOSO que es un abrazo tuyo, y que tal vez nunca te diste cuenta, pero tenes distintas formas de abrazos. Estaban esos que me dabas antes de dormir, aquellos para pedirme perdón, o esos celosos, que frente a alguien que se me acercaba me apretabas y me traías hacia vos, como diciendo "es mío este, mío solo" y cuánta razón tenías, porque yo me sentía solo pegado a vos, que te había regalado todo de mí.
Aunque, mis favoritos personales, eran esos que me dabas cuando bajaba del micro, o en la puerta de tu casa, esos que me apretabas un poquito mas de lo normal, y eran acompañados por una sonrisa tan reluciente y una felicidad inocente, tierna, pasional.
Esos, siempre fueron mis favoritos, los abrazos con sabor a encuentro.
Mi mayor deseo hoy, es volver a sentir ese sabor, y poder gozar el lujo de poder abrazarte.
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