Lunes por la mañana, me levantaba sobre la hora, medio asustado, desesperado, mirando el reloj ya de movida me daba cuenta que iba a llegar tarde. Mientras me cambiaba abría la heladera, tomaba leche y comía algo, todo al son de la rapidez, porque es todo un arte estar cambiado, desayunado, peinado y con los dientes limpios en 3 minutos, y llegar a la escuela en menos de 2.
El resto del día era normal. Escuela, almuerzo, gimnasio, merienda, revisar las carpetas y entrenar.
Llegar a mi casa, bañarme, comer, relajarme, hacer cosas sin importancia en la computadora y después, dormir.
El martes, la misma rutina, tal vez había un cambio de horarios, ínfimo, pero las actividades se resumían a lo mismo, a veces más tarde, a veces más temprano.
Miércoles, tal vez igual, tal vez no, pero los cambios no eran significativos.
Jueves. Los jueves no se por qué razón pero por un largo tiempo fue el único día que llegaba temprano al colegio. Tal vez era esa impaciencia a que llegue el viernes, y que tan solo faltaba un día, que generaba en mí una inquietud que hacía que desee levantarme más temprano. El resto del día, rutinario pero llevadero, para nada tedioso, como el resto de la semana.
Viernes.
Los viernes amanecía con un tinte de felicidad distinto al resto de la semana.
Era una felicidad constante, impaciente, que anhelaba que avance el día para que, llegado el momento, comience a prepararme para éso que había esperado tanto.
Aunque, en verdad, toda la semana que había transcurrido era una preparación, un rito que se anteponía a los 3 días - viernes, sábado y domingo - en los que más feliz era.
Luego de volver de educación física y bañarme, o directamente, cuando los nervios y las ansias de verte eran demasiado fuertes, no iba.
Me preparaba de casa y a paso acelerado iba para allá, para la terminal, esa terminal que fue testigo de mis nervios e impaciencia al ver que ese gigante del asfalto retrasaba su llegada a Castelli y, por ende, mi visita. Esa visita que tanto me gustaba hacerte, que tanto disfrutaba, que tan feliz me hacía.
El fin de semana era siempre lo mismo, era una rutina para nada rutinaria, porque no era repetitiva, mucho menos aburrida. Pasar el fin de semana con vos era, por lejos, la parte de la semana que más me conmovía, que más esperaba, como la parte de adentro del bon o bon que dejamos para lo último.
Pasar ese tiempo con vos era lo mejor.
Era una dosis completa de caricias, de besos, risas y entera diversión. Admito que había enojos, peleas, caprichos y hasta llanto, que había errores, palabras hirientes, y todo eso que nos hace un poquito mal. Pero lo compensaba, y superaba claro, verte reír sin parar y sin reserva alguna, verte gritar, verte dormir mientras yo disfrutaba mirarte, tocarte, mimarte, amarte.
Cualquier cosa se sentía menos comparada con tu presencia, con disfrutar un helado de crema oreo al lado tuyo, una simple caminata, acompañarte a donde me lleves. Eras consciente que podría haberte acompañado a cambiar una remera a un negocio en la otra punta del pueblo, o ir corriendo a comprarte un chupetín y un chocolate a Mar del plata, porque con vos, te lo aseguro, cualquier cosa lo valía.
No importaba lo que que dejaba de lado, no importaba todo el resto de las cosas que me perdía, todo valía apartar cuando se trataba de pasar tiempo al lado tuyo, porque la felicidad, la serenidad, y el completo amor que me brindabas era la prueba fehaciente de que ahí estaba mi lugar en el mundo, clavado al lado tuyo, sonriendo, feliz por poder gozar de tus abrazos, de tus caricias, de tus simples palabras.
Cualquier cosa valía tenerte cerca, porque ahí, encontré la vida, encontré esa parte del mundo que no conocía.
Encontré la ansiedad de querer verte a toda costa, en todo momento y de cualquier modo.
Encontré el esfuerzo que implica cuidar a alguien, con todas tus fuerzas, con todo tu amor.
Encontré el miedo, encontré los celos, ese temor constante a perderte y que, de algún modo u otro no estés más.
Pero sobre todas las cosas, encontré a alguien que me desnudó el alma, que me quiso sin escatimar ni un poquito de amor, y que disfruté, disfruté cada instante.
Puedo decir, realmente, que fuiste la mejor parte de mi vida, porque en vos, encontré la felicidad que nunca antes había sentido.
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