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martes, 1 de septiembre de 2015

Con vos escuchaba colores, veía sonidos, sentía las caricias con gusto a felicidad.
Tragaba y no era saliva, era angustia, a veces. Pero todo se solucionaba con una cara arrepentida que me conmovía, y me compraba el mundo.
¿Orgullo? con vos lo perdí todo, si me quedaba un gramo de orgullo, desapareció, lo fui perdiendo de a poco cada vez que el amor fue más fuerte que el enojo y salí corriendo a buscarte, cargando en la espalda la enorme bolsa que acumulaba el terror de perderte.

Nunca sentí desconfianza, realmente, te hubiese entregado mi más preciado tesoro y hubiese estado muy calmo sabiendo que lo ibas a cuidar. No pensaba que eras capaz de traicionarme, ni de mentirme, ni nada de eso, pero todo mi insoportable repertorio de preguntas y preocupaciones siempre surgió del constante miedo de que vos, de algún modo u otro, no estés más.

Admito que siempre me asustó mucho eso, al punto de desesperarme, por eso siempre trataba de darte lo mejor de mí, centrarme en los detalles y llenarte de sorpresas. Todo lo valía.
Cualquier cosa valía el incomparable placer que me daba ver tu sonrisa dibujada en el rostro.

Esa sonrisa, que placer tan grande que muchas y otras tantas veces haya surgido a causa de mis acciones.
Te aseguro, que la felicidad más grande que sentí fue esa, la de sonreír acompañado a vos.
Si supieras, que haría cualquier cosa con tal de que me regales otra vez, ese par de azahares blancos que me enamoraron.
Te amo.
          ayer, hoy, y siempre.

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