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miércoles, 23 de septiembre de 2015

Como no sentir por las noches ese frío que dejó la ausencia de tu cálido cuerpo, y la tristeza de tu partida ipso facta, el pesar de tu recuerdo que por los días me atrapa y por las noches me agobia.
Como no extrañar tu afecto tan sincero y tan potente, que siempre sorprendió mi cuerpo y también mi mente.
Como hacer para no pensarte por las noches, para no recordarte cuando camino las calles solitarias donde antes estaban inundadas de tu compañía,  y no desear todo el tiempo, con todas mis fuerzas, salir corriendo sin importar la distancia para poder ir a buscarte.

Decime, por favor, ¿como hago?
para no desear todo el tiempo un abrazo tuyo,  poder sentir tu perfume y también tu tacto.
Mirar tus ojos, tocar tus labios, y acariciar lo profundo de tu pelo moreno.

Recorrer con la vista los detalles de tu cuerpo, los pliegues de tu ropa, y lo lindo del clima cada vez que tus manos me tocan.

Decime, porque no se, ¿como hago?
para dejar de quererte tanto, y sentir mi vida vacía en éste tiempo en que tu ausencia hace presencia.


O mejor, pará, no, quedate ahí, no me digas nada.
Mejor vení, quedate acá, conmigo, enseñandome, de a poquito, como tengo que hacer parar quererte.

martes, 22 de septiembre de 2015

Calor tenue de primavera, 
hojas, en lo alto de las copas muestran los primeros rastros de las tonalidades,
tallos verdes que aparecen.

El frío se marcha, a lo lejos alguien lo llama y el se retira,
obediente, sistemático.

Sonrisas que tal vez vuelvan,
lágrimas que tal vez, se vayan.

Abrazos, que quizás regresen.
Y yo sigo viviendo en esos sueños que despierto siento, que despierto vivo, que dormido tengo.

Creyendo aún que sos la versión acústica de las canciones,
la estrella que más brilla en la noche que más oscurece,
la última porción de mi postre preferido

Creyendo aún, que tus ojos me dan vida,
en un mundo,
repleto de miradas que matan.

lunes, 14 de septiembre de 2015

Amaría con todo mi ser cuidarte ahora mismo, y buscar los modos de hacerte feliz. Sacarte sonrisas de las maneras más extravagantes, y también de las más simples. Disfrutaría permanecer el día a día con vos y poder tener la confianza y la seguridad de que yo realmente te hago bien, porque te aseguro que más allá de mis miedos, que son muchos, mi esfuerzo se impondría ante ese constante temor de perderte y ganaría ese tire y empuje, para que vos te sientas bien estando al lado mío.
Disfrutaría tanto sacarnos fotos juntos, mimarte cuánto sea mi límite posible, peinarte cuando me dejes, mirarte todo el tiempo, cocinar juntos, dormir, tan solo dormir abrazado a vos sería el placer más grande que podría gozar.  Amaría tanto salir a pasear con vos, jugar con el perro, mirar el cielo acostados en el pasto, mirar el amanecer,  hacerte cosquillas y terminar peleando porque me rasguñaste, hacerte reír cuando estás tan enojada que te pones odiosa e histérica.
Abrazarte, también me encantaría abrazarte, después de una pelea en la cuál ambos nos arrepentimos de habernos tratado mal. O también regalarte un abrazo cuando tengas frío, o cuando me lo pidas, o cuando tenga ganas de dártelo. En fin, me encantaría abrazarte todo el tiempo.
Hacerte regalos.  Simples, o no tanto.
Llenarte de sorpresas, de esas realmente inesperadas, repletas de mi esfuerzo y mi cariño.
Acompañarte a cualquier lado, reírme con tus amigas.
Extrañarte, cada vez que te tengo lejos, y desesperarme, cada vez que no hablamos. Pero sentirme totalmente lleno cada vez que te siento cerca, y recuerdo los límites de tu cuerpo, y lo suave de tu boca, y lo lindo de tus ojos, y puro de tu alma.
Disfrutaría ver esos programas de moda que miras vos, y esperaría ansioso que el jurado encuentre la ganadora de esas tres mujeres, mientras te tomo por la espalda y te huelo el pelo, a la vez que sonrío y fijamente te miro, como hipnotizado. En realidad vos y yo sabemos que nunca pude parar de mirarte, que te miré tanto y todo el tiempo. Que te miré con ojos enamorados,  a veces llenos de dulzura, a veces llenos de enojo, pero siempre te miré con un trasfondo que iba más allá de emociones que sentía en ese momento, y que todo se reducía al inmenso amor que te tenía, y que te tengo.
Me fascinaría poder sentir otra vez ese disgusto, esa impaciencia al saber que un micro se atrasó, y caminar de un lado hacia otro en la terminal,  mirando a ambos lados de la ruta si quizá te acercabas de a poco en ese gigante con ruedas, y poder sentir una calma inmensa, seguida de una mirada embobada y una sonrisa tan genuina, al verte a vos bajar del micro, lentamente, y entender que estabas casi tan ansiosa como yo.
Quisiera que ambos podamos de nuevo sentirnos inseguros a veces, pero que todos nuestros miedos se calmen cuando sintamos el cálido abrazo del otro, con el resguardo que implica el querer en serio.

Desearía, con toda mi alma, priorizarte en mi vida, dejar de lado lo que sea con tal de verte, dedicarte mi tiempo y mi paciencia, mi importancia en los detalles, mi atención.
Dedicarte todo, absolutamente, pero sobre todo, dedicarte todo el amor que me sea posible, y mucho más.  Porque te amo, ayer, hoy, y siempre.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Y son constantes las ganas que tengo de conversar, de saber como estás, de preguntarte como estuvo tu día y saber si con palabras puedo ayudar a calmar cualquier problema que te pase.
Son constantes, mis ganas de saber si te reíste a la tarde, si disfrutaste a la noche y si lograste divertirte. También si llegaste bien a tu casa, abrigada, acompañada y contenta.

Son constantes mis celos, mi bronca, mi envidia, mis nervios. Mi inquietud por no saber en qué pensas, que sentís o que haces. Mi desesperación por haber entendido que si te escribo no te importa, si te pienso no te interesa, y si te busco no te encuentro.

Es tristeza, es angustia. Son ganas de ir a buscarte pero sin tus ganas de ser buscada.

Si supieras, por un momento, la cantidad de cosas que podría llegar a darte tan solo si fueses capaz de darme un pequeño lugar en tu vida.

Te aseguro, la confianza volvería, sonreirías, abrazarías.
Y de nuevo, otra vez, me mirarías a los ojos y sabrías con certeza que me vas a tener siempre, en las buenas, en las malas, pero siempre, ahí, abrazando a alguien que amo con locura.

miércoles, 9 de septiembre de 2015


Comer sin sal, a mi parecer, convierte a la comida en algo un tanto insulso. Y comer la sal sola, es repugnante.  
Y es raro, pero también lógico, que lo compare con lo que estoy viviendo.   Realmente yo siento que el día a día sin vos es algo bastante insulso, y siento que pierde un poco el sentido.  Por otra parte, sentir la felicidad en determinados momentos y no poder gozar con el lujo de tenerte también es repugnante.
Sobre todo, se vuelve raro, algo incompleto, vacío quizás. Haber conocido esa felicidad que vos me diste, simple por momentos, compleja por otros, pero siempre completa, hace que yo ahora que no estás sienta que los momentos alegres se rebajaron un poco, y el nivel de sentimiento tal vez esté, pero más bajo, distinto, hasta peor, quizás.

Vivo pensando y cada vez estoy más convencido de que haberme dejado atrapar por vos fue la decisión más correcta que tomé. Nunca hubiese creído la simplicidad de mi sonrisa con el solo hecho de ver la tuya, de tocar tu mano, de mimar tu pelo, caminar al lado y mirarte un poco. Me sentía feliz cuando puteabas por haber perdido la tuerca de un arito, o cuando tenías esas crisis pre salida antes de algunas noches, donde tu nivel de histeria subía y a pesar de que a veces me contestabas mal, yo seguía ahí, sonriendo, disfrutando de ese acto cómico que era verte mover de acá para allá, probandote algo y resongando porque no te gustaba. 

Y yo ahí, calladito y con una sonrisa en la cara, mirando pero no opinando, disfrutando de esa indecisión.  Al principio me preguntabas las opciones, después dejaste de hacerlo cada vez que te dije que todo lo que te ponías me gustaba como te quedaba.   
En verdad lo pensaba así, y cada cosa que te ponías me parecía aún mas linda que la anterior.
Aunque lo importante ahí no era la ropa, tampoco las pulseras, los zapatos o la cantidad de cadenas o pendientes que te pongas, ahí lo importante eras vos, el resto me era indiferente, porque te hubiese dicho que estabas preciosa si terminabas desnuda, o envuelta en una sábana. De cualquier modo, estabas bien, y siempre lo estuviste.

Todos mis días eran iguales, hasta que los empezaste a cambiar vos.  Y realmente amaba la vida, te amaba a vos y también me amaba a mí, cuando estaba en frente de esa mirada sostenida, cuando los ojos marrones como espejos de tu alma me mostraban la ternura que se encerraba en ese cuerpo que parecía frívolo y distante pero que a medida que pasó el tiempo gocé de lo intenso de tu ternura cuando me la regalabas.


Un día de éstos voy a escribir la historia de lo que podría haber sido, con la realidad de las peleas y los llantos, alguna que otra discusión y también tristeza. Pero, carajo, una historia con futuro, con alegría y con amor, con cada esfuerzo de aprender y crecer juntos. Una historia, así, acompañados. Una historia que podría haber sido presente y no haber quedado en la historia.
Porque capaz que éste boludo de brillante armadura que te enamoró, no era más que yo, un idiota envuelto en papel aluminio, pero empapado en ganas de darte razones diariamente para que me quieras cada vez más, como yo lo hacía.



Ahora, solo me resta ésto.
Lidiar con la indecisión de olvidarte o de quererte,  pero la elección es tan difícil porque ambas duelen, aunque también ambas quiero. En realidad, simplemente, voy a terminar haciendo aquello que vos elijas. Al fin y al cabo, todo se resume a tu elección.

martes, 8 de septiembre de 2015

Tu simpleza tan básica para vivir la vida, tu sonrisa fácil, todos los recuerdos que me hiciste guardar de a poquito y que tanto aprecio.
Esa capacidad que tuviste de enamorarme con una sonrisa, y no me refiero a una sonrisa tuya que ví, sino a una sonrisa mía que me provocaste.  Me encantaba como eras conmigo, y no por el hecho de merecerme cada palabra cariñosa que me brindabas, sino porque realmente querías decirlas, te tomabas tu tiempo y lo hacías cuando creías que era el momento justo, pero cuando lo hacías eras feliz.
La realidad es que, como alguna vez te dije, te idealicé en un principio, pero cuando luego me dí cuenta de la cantidad ridícula de veces que te podías equivocar y meter la pata, no sentí desilusión y paulatinamente fui creciendo al lado tuyo, aprendiendo a enamorarme de las pequeñas cosas que me sacaban una sonrisa. Y hablo de esas cosas que me dabas, de todas las miradas, de todo el afecto, de todos los besos, de todo ese popurrí de emociones que me hiciste sentir.

Creo que tenes algún don oculto para querer, porque la forma en la que me hiciste sentir querido es casi inhumana.

Y siempre con vos conjugué en futuro, porque me brindaste la confianza para plasmar mis convicciones y mis sueños con tu presencia, soñando que vos siempre ibas a estar ahí.

Me enamoré, con cada una de las partes buenas y malas que te conforman.




Ahora, no sos esa persona de la que poco a poco me enamoré, cambiaste conmigo y lo entiendo. Todo lo que alguna vez me diste ahora no está, y creo que si te viera de frente te sentiría ausente a pesar de todo, porque tu vos, esa chica que ahora existe para conmigo, no es la que existió hace un tiempo.   No sos la persona que amé.





Admito.   Que así también te amo, que así también te quiero, que así también estoy enamorado de vos y tengo guardadas en una valija de viaje unas ganas inmensas de quererte, para tomarla un día e ir a buscarte.
Admito, que te amo, que muero por saber que haces en tu día, cuantas veces sonreís y que pensas antes de irte a dormir.
Admito, que te extraño, y que el vacío que dejaste es tan enorme que no cabe comparación con absolutamente nada.

Los recuerdos, el afecto, los sentimientos y las emociones que dejaste en mí son inolvidables. Agradezco a la vida que me haya dado la oportunidad de haberte conocido.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Lunes por la mañana, me levantaba sobre la hora, medio asustado, desesperado, mirando el reloj ya de movida me daba cuenta que iba a llegar tarde. Mientras me cambiaba abría la heladera, tomaba leche y comía algo, todo al son de la rapidez, porque es todo un arte estar cambiado, desayunado, peinado y con los dientes limpios en 3 minutos, y llegar a la escuela en menos de 2.
El resto del día era normal.  Escuela, almuerzo, gimnasio, merienda, revisar las carpetas y entrenar.
Llegar a mi casa, bañarme, comer, relajarme, hacer cosas sin importancia en la computadora y después, dormir.

El martes, la misma rutina, tal vez había un cambio de horarios, ínfimo, pero las actividades se resumían a lo mismo, a veces más tarde, a veces más temprano.

Miércoles, tal vez igual, tal vez no, pero los cambios no eran significativos.

Jueves. Los jueves no se por qué razón pero por un largo tiempo fue el único día que llegaba temprano al colegio. Tal vez era esa impaciencia a que llegue el viernes, y que tan solo faltaba un día, que generaba en mí una inquietud que hacía que desee levantarme más temprano. El resto del día, rutinario pero llevadero, para nada tedioso, como el resto de la semana.

Viernes.
Los viernes amanecía con un tinte de felicidad distinto al resto de la semana.
Era una felicidad constante, impaciente, que anhelaba que avance el día para que, llegado el momento, comience a prepararme para éso que había esperado tanto.
Aunque, en verdad, toda la semana que había transcurrido era una preparación, un rito que se anteponía a los 3 días - viernes, sábado y domingo - en los que más feliz era.
Luego de volver de educación física y bañarme, o directamente, cuando los nervios y las ansias de verte eran demasiado fuertes, no iba.
Me preparaba de casa y a paso acelerado iba para allá, para la terminal, esa terminal que fue testigo de mis nervios e impaciencia al ver que ese gigante del asfalto retrasaba su llegada a Castelli y, por ende, mi visita. Esa visita que tanto me gustaba hacerte, que tanto disfrutaba, que tan feliz me hacía.


El fin de semana era siempre lo mismo, era una rutina para nada rutinaria, porque no era repetitiva, mucho menos aburrida. Pasar el fin de semana con vos era, por lejos, la parte de la semana que más me conmovía, que más esperaba, como la parte de adentro del bon o bon que dejamos para lo último.
Pasar ese tiempo con vos era lo mejor.



Era una dosis completa de caricias, de besos, risas y entera diversión. Admito que había enojos, peleas, caprichos y hasta llanto, que había errores, palabras hirientes, y todo eso que nos hace un poquito mal.  Pero lo compensaba, y superaba claro, verte reír sin parar y sin reserva alguna, verte gritar, verte dormir mientras yo disfrutaba mirarte, tocarte, mimarte, amarte.
Cualquier cosa se sentía menos comparada con tu presencia, con disfrutar un helado de crema oreo al lado tuyo, una simple caminata, acompañarte a donde me lleves.  Eras consciente que podría haberte acompañado a cambiar una remera a un negocio en la otra punta del pueblo, o ir corriendo a comprarte un chupetín y un chocolate a Mar del plata, porque con vos, te lo aseguro, cualquier cosa lo valía.

No importaba lo que que dejaba de lado, no importaba todo el resto de las cosas que me perdía, todo valía apartar cuando se trataba de pasar tiempo al lado tuyo, porque la felicidad, la serenidad, y el completo amor que me brindabas era la prueba fehaciente de que ahí estaba mi lugar en el mundo, clavado al lado tuyo, sonriendo, feliz por poder gozar de tus abrazos, de tus caricias, de tus simples palabras.
Cualquier cosa valía tenerte cerca, porque ahí, encontré la vida, encontré esa parte del mundo que no conocía.

Encontré la ansiedad de querer verte a toda costa, en todo momento y de cualquier modo.
Encontré el esfuerzo que implica cuidar a alguien, con todas tus fuerzas, con todo tu amor.
Encontré el miedo, encontré los celos, ese temor constante a perderte y que, de algún modo u otro no estés más.

Pero sobre todas las cosas, encontré a alguien que me desnudó el alma, que me quiso sin escatimar ni un poquito de amor, y que disfruté, disfruté cada instante.

Puedo decir, realmente, que fuiste la mejor parte de mi vida, porque en vos, encontré la felicidad que nunca antes había sentido.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Tengo que admitir que hoy, la lluvia golpea el techo y yo estoy empapado hasta la médula en la desesperanza, la tristeza y la desolación.
El valor definitivo de nuestras vidas no es decidido por nuestra forma de ganar, sino por nuestra manera de perder. Hoy entendí que mi vida tiene un valor definitivo nulo, al parecer, porque no logro asimilar y mucho menos entender el hecho de perder algo que quiero tanto.

Te amo.
Aunque con vos sentí emoción en estado puro, y el tacto de aquello fue demasiado vivo y poseyó un peso demasiado real para ser reducido a un concepto. Creo que el te amo quedaba chico, por eso nunca me alcanzó con solo decirte eso, y tuve que esforzarme día a día, a pesar de mis errores, en demostrarte cuánto te quería.

Lo demostré en mi forma, tal vez ridícula y obsesiva, de querer conocerte a fondo.
Y te conocí tanto, y a la vez tan poco, porque sos un mundo de cosas inesperadas, pero puse mi esfuerzo para hacer todo lo que pude.
Observe con precaución la cantidad innecesaria de servilletas que usabas cada vez que comíamos en algún lugar, la forma particular de mover tu pierna antes de dormirte, y la forma particular y diferente de hacerlo al despertarte, que canales de televisión frecuentabas, tu forma tan única de caminar y la sonrisa que me alegraba el mundo cada vez que te veía venir, tus colores preferidos al vestirte, lo áspero pero a la vez lo suave que me sentían las palmas de tus manos, la ubicación exacta de tus lunares en tu cuerpo, las comidas que te gustaban y aquellas que no tanto.
Te observé con la atención que mira un hipnotizado a su hipnotizador cada vez que me hablabas, o cada vez que me pedías, a través de un silencio, que te mire, que aprenda sobre vos, que sepa descifrar cuando abrazarte y cuando no hacerlo, cuando insistir, cuando no. También averigüe el punto justo de tu paciencia, de tu comprensión y de tu enojo.
Investigué también, cuánta fuerza tenías, cuán fuerte pellizcabas, que besos te gustaban, que palabras te gustaban escuchar y cuáles no.  Me di cuenta que te encantan los mimos, pero hay una época del mes que te pones mas mimosa de lo normal, y me enternece, porque te aprovechaba al máximo esos días que parecías un abrojo y no te despegabas de mí. Tengo que admitir que amaba esos días. Aunque también amaba todo el resto del tiempo que estaba con vos.

Pude aprender, con un poco de paciencia, cada uno de tus gustos, que no sos muy partidaria de la sal, que no te gusta la chocolatada con azúcar y MUCHO MENOS, caliente. Que tu letra es pintoresca, y a veces pareces una nena, haciéndole corazones a las i y coronas a las o.
Tal vez no eras la mejor en muchas cosas, y no tenías talento para tantas otras, pero lo compensabas con tu esfuerzo constante y tu perfeccionismo ridículo, que a mi siempre me pareció innecesario.
Aprendí cuando quedarme callado, porque si bien me fascina ser el que más habla en las conversaciones con el resto de la gente, con vos era distinto. Nada impacientaba mi hablar porque escucharte siempre fue un privilegio, algo que disfrutaba tanto que nunca sentí la necesidad de interrumpirte, solo dejaba que hablaras, que te explayes, que me digas cosas que tal vez no me interesaban pero te aseguro, escuchaba cada palabra con total atención.
Aprendí lo creyente que sos, y empecé a creer en las fuerzas del destino cuando ví que vos también creías en eso, y me convencí.
Me dí cuenta, también, tu fuerte carácter al discutir, lo hiriente que podes llegar a ser enojada. Lo fuerte que tiras zapatos, y lo que duele pararlos con la frente.
Lo HERMOSO que es un abrazo tuyo, y que tal vez nunca te diste cuenta, pero tenes distintas formas de abrazos.  Estaban esos que me dabas antes de dormir, aquellos para pedirme perdón, o esos celosos, que frente a alguien que se me acercaba me apretabas y me traías hacia vos, como diciendo "es mío este, mío solo" y cuánta razón tenías, porque yo me sentía solo pegado a vos, que te había regalado todo de mí.
Aunque, mis favoritos personales, eran esos que me dabas cuando bajaba del micro, o en la puerta de tu casa,  esos que me apretabas un poquito mas de lo normal, y eran acompañados por una sonrisa tan reluciente y una felicidad  inocente, tierna, pasional.


Esos, siempre fueron mis favoritos, los abrazos con sabor a encuentro.


Mi mayor deseo hoy, es volver a sentir ese sabor, y poder gozar el lujo de poder abrazarte.

martes, 1 de septiembre de 2015

Con vos escuchaba colores, veía sonidos, sentía las caricias con gusto a felicidad.
Tragaba y no era saliva, era angustia, a veces. Pero todo se solucionaba con una cara arrepentida que me conmovía, y me compraba el mundo.
¿Orgullo? con vos lo perdí todo, si me quedaba un gramo de orgullo, desapareció, lo fui perdiendo de a poco cada vez que el amor fue más fuerte que el enojo y salí corriendo a buscarte, cargando en la espalda la enorme bolsa que acumulaba el terror de perderte.

Nunca sentí desconfianza, realmente, te hubiese entregado mi más preciado tesoro y hubiese estado muy calmo sabiendo que lo ibas a cuidar. No pensaba que eras capaz de traicionarme, ni de mentirme, ni nada de eso, pero todo mi insoportable repertorio de preguntas y preocupaciones siempre surgió del constante miedo de que vos, de algún modo u otro, no estés más.

Admito que siempre me asustó mucho eso, al punto de desesperarme, por eso siempre trataba de darte lo mejor de mí, centrarme en los detalles y llenarte de sorpresas. Todo lo valía.
Cualquier cosa valía el incomparable placer que me daba ver tu sonrisa dibujada en el rostro.

Esa sonrisa, que placer tan grande que muchas y otras tantas veces haya surgido a causa de mis acciones.
Te aseguro, que la felicidad más grande que sentí fue esa, la de sonreír acompañado a vos.
Si supieras, que haría cualquier cosa con tal de que me regales otra vez, ese par de azahares blancos que me enamoraron.
Te amo.
          ayer, hoy, y siempre.