Habitación blanquísima, salvo por el manchón amarillo que está arriba del televisor, que rompe con la armonía blanca del cuarto de hospital tan característico.
Me duelen los brazos, seguramente por eso es que siempre odié los sueros, y a esas enfermeras de avanzada edad que no entienden nada de sensibilidad y los años de praxis convirtieron el enternecedor trato de un ser humano, en manipular cuerpos de enfermos como si fuesen maniquíes.
A la noche escuché ruidos.
Creo que la unidad de oncología que tengo milimétricamente en frente nos brinda ruidos de almas en pena que quedaron encerrados en esa habitación.
Nenas llorando, arcadas, vómitos, sillas que se corren y ese silencio no tan silencioso de los lugares muertos anímicamente, enfermos, casi sin alma.
Odié las visitas, aunque me hicieron reír sentí satisfacción, pero me alegré el momento en que se fueron, así pude llorar tranquilo. Siempre tuve verguenza de llorar frente a mis amigos.
Otra noche más tengo que pasar adentro de éste calvario, siempre odié los hospitales y me incomoda el colchón de nilon que es insoportablemente caluroso.
Las enfermeras vienen a cada rato, revisan que esté en mi cama y se van, como asegurandose que no tuve un brote psicótico y atente contra mi vida.
Como si pudiera. Realmente, creo que ni para eso sirvo.
Hoy aprendí algo.
De repente tuve una lección, cuando dejé de llorar.
Corté el llanto no porque no estuviera triste, o porque no tuviera ganas de llorar.
Llegué a ese punto en el que te das cuenta que por más triste que estés, por mas mal que te sientas, llorar no soluciona nada, ni tampoco va a descargar tus penas, entonces dejás de hacerlo, porque simplemente no tiene objeto.
La verdad quisiera dormirme por hoy, dormirme ahora mismo y despertarme vaya a saber cuándo.
Intenté muchas veces no huir de los problemas, siempre quise pelear, y cuando simplemente encuentro algo que me hace sentir vivo, con todo lo que conlleva vivir, la felicidad y la tristeza en sus grandes medidas y en equilibrio, por algo ajeno a mí e inexplicablemente injusto y extraño, la tristeza encierra como en una burbuja mi vida.
Ya estuve así, mucho tiempo, y creí haber vencido esas dificultades que te presenta la vida.
Ahora entiendo que no quiero estar dos veces así, me costó mucho luchar y me parece injusto que una vez que me siento en la cima y con ánimo de ir más allá, me derrumbe la injusticia y los malentendidos.
Necesito estar en mi casa, con mis cosas, llorar en paz, con mis fotos y mis recuerdos, con mis pensamientos.
Solo necesito estar solo, o en su defecto, con la única persona que me hizo sentir que la vida no es tan mierda cuando se encuentra a la gente indicada.
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