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viernes, 19 de diciembre de 2014

Vení, pasa, quedate.

Que lindo es ese proceso.
Ese sistema, esa estructura no tan estructurada cuando dos personas se comienzan a tomar cariño, a querer, a enamorarse, a amarse, a sentir esa dependencia emocional tan ligada a la vida cotidiana.

Más lindo aún cuando todo eso pasa de manera espontánea, casi imperceptible a los ojos del tiempo.
Esa situación donde de un momento para otro, nos damos cuenta de lo que significa ese alguien para nosotros, y repentinamente somos conscientes de cuánto amor le tenemos.

Que triste que se manche de dudas, de inseguridades.
Pero a veces hace falta equivocarse para no volver a hacerlo, y otras veces hace falta dudar para tomar confianza, pisar firme, y avanzar.

Avanzar, avanzar con vos al lado y mirarte, mirar esos ojos que me hacen bien, esa sonrisa sincera que me calma la mente y me sume en un trance de serenidad.

Me aterra que te me vayas, cuando todo ésto recién empieza. Quiero que dure, quiero tener miles de dosis de vos misma, quiero sentirte cerca y poder tenerte, quiero tantas cosas de vos que al final solo lo resumo a que te quiero a vos, entera, en cuerpo y alma.

Y hace tanto que no lo decía, hacía tanto que no miraba a alguien a los ojos y podía decirle :

 Ayer, hoy, y mañana, mi felicidad se debió, se debe, y se va a deber gracias a tu existencia.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Despedida.

Hace unos días asistí al primer velorio de mi vida.
Nunca había ido, y por suerte, tampoco se me habían presentado tantas oportunidades de hacerlo.
El abuelo de unos amigos había fallecido.
Particularmente no creo que haya sido una sorpresa, el viejo tenía una edad avanzada y problemas de salud, pero para la pérdida de un familiar uno nunca está listo.

Detesté esa situación en la sala velatoria.
Nunca me había sentido tan dolido, y había visto el sentimiento de tristeza ajeno tan de cerca.
Mis amigos, destrozados.
No con el dolor que podría sentir una persona mayor, porque a veces, a nuestra edad y con la formación psicológica que todavía estamos teniendo, no se es capaz de reconocer con certeza la muerte de alguien cercano, y no se miden las dimensiones de el saber que nunca, pero nunca más, vas a volver a verlo.

En un momento estábamos hablando - yo, un amigo con el que había ido a la sala velatoria, y mi otro amigo, al que se le había muerto el abuelo - sobre cualquier tema, sin importancia, la idea era hablar lo más posible para poder sacar a Antonio de esa situación que, obviamente, lo tenía tan mal.
De repente, su abuela empezó a llorar.
Lloraba desconsoladamente, la señora, ahora viuda, se había parado con esa paciencia que tiene el cuerpo de alguien mayor, se acercó al cajón, tocó la frente de su difunto esposo y largó un llanto desgarrador que hizo callar a toda la sala.
Silencio atroz, incómodo, que llenó aún mas de angustia a todos los que estabamos ahí.
Nunca había visto ese gesto en la cara de alguien, esa expresión, esas muecas de tristeza. Esa incomprensión de la situación injusta que estaba ocurriendo.

La señora abrazaba a un cuerpo, un cuerpo que había amado con toda su alma.
Todavía tengo en la cabeza esa imagen, esa imagen de una señora llorando a su par, a aquella persona que había pasado prácticamente toda su vida, y que ahora, sabría bien que no iba a volver a ver nunca más.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Exageradamente amorosos.

Me gusta el barrio por el hecho de que es una zona tranquila, Liniers y Núñez me habían traído varias experiencias para nada agradables y creo que no había ningún inconveniente en vivir acá.  Dos años buscando un sitio que habitar y al fin encontré uno de esos lugares donde uno se siente a gusto, cómodo.  Era un barrio lleno de vejestorio agradable y muy simpático,  de esos que se levantan temprano para hacer nada y que te saludan con unas sonrisas ausentes de azahares blancos cuando pasas por su vereda libre de hojas, porque claro, toda vereda limpia propende a una casa prolija, y una casa prolija no insinúa un malestar económico en estos tiempos de crisis. Sí,  este barrio es así, la gente mayor tiene hilo de otra época donde la educación se basaba en apariencias, donde la gente no era, sino que parecían.
La mayoría eran personas de plena capital, que habían venido al conurbano a buscar un poco de paz, no esa paz que te da el campo pero si esa que te da la esencia barrial de conocer a los vecinos de toda la cuadra.
Un par de ancianos que a menudo se presentaban a hablar quejosos por el desgaste óseo, o no llegar a fin de mes, o que esa hortensia que tantas flores le daba y que tan linda quedaba se secó porque hace meses que no llueve.
Por mi parte, daba gusto ver tan lejana la vejez, a mis 35 años me di el lujo de vivir tranquilo luego de que el azar y la suerte se unieron en un boleto de lotería que me dio el premio mayor y la libertad de privarme de levantarme temprano, aún más, a seguir un trabajo agotador y rutinario con el que no estaría conforme, todos los días, toda mi vida.
Una de mis pocas preocupaciones era que no se me lavara el mate para esas conversaciones con Adriana y Gastón, amigos y vecinos míos que todas las mañanas esperaba en la hamaca de mi porche para conversar de quién sabe qué cosa hasta la hora del almuerzo, donde cada uno se encerraba en la cocina a oler especias y hervir algo que supiera rico con la carne.  
Hoy a la mañana la conversación se guió por los matrimonios, los vínculos, por como era el amor antes y como ahora el amor tomó un neologismo barato y es tan poco apreciado por las nuevas generaciones. Hablamos un interminable rato sobre lo mismo con redundancia casi agotadora, llegando al punto de aburrirnos y bostezar, mirar los árboles y callar palabras que no nos animábamos a decir, por no saber sobre qué tema hablar.  Gastón miró la casa de en frente y empezando con un suspiro casi melancólico murmuró:
 - Mira, acá lo tenes, un ejemplo claro del amor incondicional que puede haber entre dos personas –
  Pasamos un largo tiempo hablando sobre eso, escuché con atención cada palabra que salió de la boca de Gastón, y la historia me conmovió, parecía de película de los 90, de esas donde amar era el marco, la trama, y la solución cinematográfica a todo.
 
  Cosas así llaman la atención. Es raro que después de tantos años esa pareja esté tan unida, hasta da envidia que sean capaces de mantener tal vínculo de tal manera.
Siquiera la rutina de vivir más de 50 años juntos en el mismo barrio y en la misma casa, fue capaz de corromper ese dulce lazo entre Hidalgo – un jubilado de 83 años -  y Rosario – una ex maestra jardinera que dedicó su vida al arte de querer a la gente -
Décadas enteras cumpliendo los caprichos de su par,  enfrentando y resolviendo los problemas de ambos en forma conjunta y cooperativa.  “ - Amar, ese egoísmo, ese privilegio - ” decía el, cuando miraba los ojos de su chinita y juntos iban al almacén de la esquina a comprar unos víveres para cocinar, juntos claro, porque cada aspecto de su vida lo realizaban como si sus almas estuviesen fundidas en una sola.
 Gastón mencionó que el barrio miraba siempre con ternura la caminata de 10 metros de estos dos ancianos que, a pesar de los huesos deteriorados y la columna encorvada, se las ingeniaban para sostenerse el uno al otro y llegar al almacén, para repetir el proceso de vuelta e ingresar en su casa, esa que vio crecer el vínculo por varios largos años. 
Pero a veces la tragedia es algo cotidiano de lo que uno no se salva por más bueno y enternecedor que sea, por más joven o anciano, por más rico, por más pobre, por más blanco, negro, asiático, budista, cristiano, o islamita que seas, la muerte se las va a ingeniar para tocar tu pecho y arrancar tu alma, desvalijar la conciencia y embalar tu corazón, para retirarlo de éste mundo de forma instantánea.
 A Irene le tocó, y no era sorpresa después de una vida luchando a un malestar económico que no podía sustentar su salud, pero daba rabia saber que una persona merecedora de vivir más de doscientos años se escape del mundo real para introducirse en ese sueño eterno del que, hasta ahora, nadie ha vuelto.
 Era inevitable, según Gastón, que algún sentimiento positivo se presentara el día en que el cajón que contenía el cuerpo inerte de Irene, fue retirado de su casa luego de una larga jornada velatoria donde Hidalgo pasó sentado junto al torso de su difunta esposa, mirándola, como queriendo entender un idioma extraño que se basa en silencio, un silencio que tal vez, escondía unas palabras de despedida que un viudo quiere decir a su esposa antes de que se marche.
Pasaron meses, y la esencia misma del barrio fue pesimista, parecía que los árboles y la naturaleza estaban ligados a la relación de amor de éste par de ancianos, una relación que se había esfumado del mundo, pero que el amor de uno hacia el otro seguía vigente, acá, en el plano real y cotidiano.
Pero a veces las palabras locura, amor, y muerte se ligan para formar una utopía trágica,e Hidalgo creyó que marcharse del plano de nuestro mundo para fundirse eternamente con el alma de Irene era lo correcto.
Lloró desconsoladamente, porque a veces está bueno hacerlo, que llorar es reiterar el primer llanto del nacer, ¿Y por qué no llorar antes de morir? La tristeza le invadía el alma mientras la soga le sostenía el cuello y el contaba los segundos para saltar de esa silla y acabar con la agonía de la ausencia de sentido de su vida, de su amor, de su chinita.
 Y así murió, con lágrimas en los ojos, siendo que  se llora cada vez que se recae al vértigo de pertenecer al mundo, un mundo cruel que le arrancó el alma para sumirlo lentamente en la muerte.
Algunos dicen que fue un exagerado, que a pesar de su vejez la vida le deparaba para él un tiempo más de oportunidades, que estaba loco, y que amar de esa manera, en éstos tiempos, es de desquiciado.

Yo, por mi parte, creo que exagerar está bien cuando se trata de amor.

domingo, 24 de agosto de 2014

Una apología del « me hacés bien »

Ojalá que la suave brisa de una tarde de invierno sea una extensión de tu cuerpo, y que mi alma quede expuesta a esas uniformes caricias que me introducen en el más siniestro trance de dolor, amor y locura.

Disfruto mirarte a los ojos,  en mí desprenden emociones que surgen efectos en mi cabeza como el de un lector cuando huele la peculiar esencia de las páginas de algún nuevo libro.

Querer. Ese egoísmo. Ese privilegio.

Presentemos una improvisación de amor, una pintura abstracta de todo lo que nos representa.
Una realidad que no sea realidad, y que represente todo lo real que somos.

Y si todo lo que nos rodea se llama realidad,  tal vez lo que llevamos dentro debamos denominarlo ilusión.
O viceversa.

Al fin puedo darme cuenta que no estoy queriendo. Que soy queriendo.

Todo recuerdo feliz propende a la desmesura de más felicidad. Y que suerte.

Amemos, abracemos y lloremos.
Que llorar es reiterar el primer llanto del nacer.
Se llora cada vez que se recae al vértigo de pertenecer al mundo.

Tampoco olvidemos que somos risas, llantos, suspiros, gritos, gestos, miradas, besos y todo eso que, por alguna extraña razón, es imposible describir con letras.