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domingo, 24 de enero de 2016

Recuerdos.

Siempre me costó escribir, aunque hubo un tiempo y un par de entradas donde las palabras me salían solas  y mis dedos apretando las teclas iban acompañados de sonrisas en la cara, ojos que brillaban y cuerpo inquieto.
Las cosas cambiaron y cada vez me cuesta más escribir. Cada vez hay más tristeza, cada vez hay más culpa, mas remordimiento, más pena y enojo. Más decepción, de esa que no podes arreglar, de esa que por más que intentes y por más peleas que ganes contra tus demonios, nada cambia. La decepción a lo propio, a lo que sos.
Y es por lo que soy, por éste gran manojo de basura que cada noche que pasa me hace sentir más y más miserable, por lo que de ahora en más me tengo que conformar con eso que con la presencia se admiran y atesoran, pero que con la ausencia revuelven, hurguen la herida y lastiman.  
Los recuerdos.

La realidad es que extraño como entre una que otra porción de pizza me contabas un gran pedazo de tu vida. Esas charlas sin sentido que entre sal, hornalla, carne o harina me dabas poquitas pistas de lo que eras, y yo por suerte con esas pistas armé ese gran rompecabezas y descubrí que detrás de esa piel amarronada y esos ojos que regalaban inocencia y a veces miedo, se escondía esa persona tan .. gigante. 
Me guardo el recuerdo de haber sentido que desenmarañé las telarañas más profundas, descubriendo una noche, entre historias y lágrimas, que vos sufrías en alguna parte. Que siempre habías sufrido. Que eras muy alegre, que adoras el 17, que comes sin sal, que te gustan muchos los besos en el cuello y que no te gusta que te toquen los pies, ni tampoco el pelo. Admito que siempre me encantaron tus pies, y que siempre me fascinó tu pelo. 
Horas, días juntos, la naturalidad con la que ambos actuábamos frente al otro era el fiel reflejo de que nos sentíamos desnudos en alma.  Te abrazaba, te miraba y vos por suerte también me mirabas a mí, se hacía de noche y sentíamos que eso era el tiempo.
Disfrutaba hablar, aunque vos nunca me dejaste hablar mucho, frenesí de palabras, tema tras otro que no me daban opción de respuesta, dado cierto punto vos me mirabas y al darte cuenta que te había escuchado cada palabra sin decir siquiera una me prepoteabas un firme y conciso "no hablas, hablo yo sola".   Amo hablar, la realidad es que siempre fui de hablar mucho. Con vos no. No porque no me interese, o porque no tenga ánimos de responder.  Siempre disfruté escucharte, cosas con o sin importancia escucharte fue uno de mis mayores hobbys. 
Aunque además de escucharte y sentirte bien cerca, también disfrutaba mirarte. No solo cuando me quedaba fijamente mirandote de cerca y vos me echabas de tu lado a causa de tu nerviosismo, ese que te generaba que esté un par de segundos que parecían horas sólo mirandote a los ojos, pasandote las manos por las partes más lindas de tu cuerpo, sin siquiera decir una sola palabra.   Y también disfrutaba mirarte cuando te ponías frente a un espejo, cuando dabas giros frente a ese reflejo tuyo y tratabas de encontrarte defectos.  Según vos tu cuerpo tenía millones. Todas las veces que te miré no logré encontrarte siquiera uno. 
Me ahogué en ese mundo tuyo, en esa realidad de cosas simples pero felices, en ese circo de risas y abrazos, de paseos, tardes enteras acostados y reality's yankees en la tele que vos te los mirabas todos mientras yo estaba demasiado ocupado viéndote a vos.  Nunca me pude resistir a eso, a tu mundo, era idiota sublevarse a algo tan lindo en cualquier sentido.
Nunca hubo explicaciones, las nociones del pasado y del futuro perdían importancia cuando eramos vos, eramos yo, eramos nosotros. Aceptabamos lo que estaba pasando sin pretender explicarlo, sin sentar nociones de orden y desorden, de correcto o incorrecto. Solo ahí estabamos, ambos, haciendo lo que nos nazca del corazón para y hacia el otro.
Caricias en las manos, perfumes familiares, abrazos tan sinceros. Primeras horas del día con un sol tímido que se asomaba por la ventana, o también las últimas, con las primeras estrellas saludando a dos personas que disfrutaban enteramente la compañía del otro.
Tocs, antes de dormir. Pierna que se movía, brazo que te rodeaba y mis ojos que siempre, siempre te miraban por un buen rato, antes de dormirte y también, antes de despertarte.  Me sentía siempre a gusto y siempre acorde. Admiré siempre todo de vos. Sentí que no solo por ratos eras desquiciada e imperfecta, y por otros tan tierna y perfecta, sino que eras la mejor parte de ambos.
Cientos son los recuerdos, algunos grandes e inolvidables y otros, minuciosos, tal vez pavos y sin importancia pero juro no poder nunca llegar a olvidarlos.
Cada vez que vea un bugs bunny inmediatamente se me va a venir a la cabeza ese sticker en tu ventana, ese que me daba como la bienvenida cada vez que llegaba a tu casa, como anticipando una sonrisa que iba a venir de tu parte.
Calles y lugares, plazas, determinados árboles y obviamente, olores. Dicen que la mejor manera para que un recuerdo siga latente es oliéndolo.  Tal vez por eso tengo esa pashmina verde guardada con los últimos rastros de un perfume que aunque pase el tiempo me sigue siendo tan familiar.  O ese perfume que tanto significado tenía para vos, ahora también tiene significado para mí.  Quien iba a decir que eso que me diste en un galponcito, un día cualquiera, buscando pinturas para cualquier vulgaridad con excusa de hacer algo para pasar más tiempo juntos, se iba a convertir en algo que sólo uso en ocasiones especiales, como si fuese un tesoro.
Plaza 19 de Noviembre, Azcuénaga, Passo e Italia, todas abrazadas por una eterna 44 que cada vez que la recorría sentía el aire de encuentro y sonrisas que nos esperaba juntos.
Monumento en Plaza Italia, ese que respiraba aires de encuentros y abrazos que se extrañaban, al igual que la farmacia que te esperé aquel día, impaciente, con ganas de seguir esa dosis interminables de monólogos tuyos que tanto disfrutaba escuchar.
Diagonal 74.
Mesa 4 de afuera de Antares, ese que vio risas que luego se convirtió en enojo pasada una tabla de degustación y un nombre equivocado. Admito que nunca me molestó, solo que sentí celos y también miedos.  Siempre, tuve miedo, y todo se reducía el insoportable temor de tenerte lejos.
Al fin entiendo que parte o la totalidad de mis miedos se hicieron reales y no hay peor forma que la de vivir con temor.
Heladería Thionis y también Gustito, esa esquina de 44 y Pza. Italia donde además de frutos del bosque lo más importante era el sabor de tus ojos.
Esquina de la Trattoria, esa que pasamos tantas veces juntos de la mano, mirando ese árbol decorado con luces navideñas aunque no sea navidad. Admito que en esas ocasiones vos eras la estrella que brillaba arriba de ese árbol, agarrandome la mano, siempre al lado de mi caminar.
Cinema San Martin, película que nos reinventó en cierto punto.  Bancos que nos sentamos tantas veces que cada vez que los veo parece que tengan escrito tu nombre.
Veredas cuadriculadas, que tantas veces ví, seguidas de una leve alza de mirada para volver a lo que hacía mayormente, mirarte a vos.
Ese gran gigante de cristal abrazado por un enorme pilar de hormigón y cemento, de la mano con un basto panel de números en el cuál siempre me pareció el principal ese 12 A.
Jardín maternal en frente, ese que esperé sentado 3 veces, sin que lo sepas, mirando hacia arriba como con la esperanza de que casi mágicamente mires al suelo y esté yo ahí abajo, buscándote entre los vidrios y las cortinas.  Me faltó valor, siempre me faltó valor. Que error más grande.
EL error más grande.

Veredas rotas, en frente locales enrejados con el fin de defenderse de esa noche peligrosa que tiene la ciudad de las diagonales. En orden,  Sartorius, Amina, Ona Saenz, Duke, Kitchen Bazaar y por último, cruzando la calle, Frawens, ese inolvidable Frawens.
Hermoso recorridos de lugares corrientes pero escritos por un caminar que después de decirte unas palabras, lo seguiste callado, con una media sonrisa dibujada en la cara y mirandome directamente a los ojos.  Cuando llegaste al final me dijiste las palabras más hermosas que por primera vez había escuchado de tu boca. Y siempre, van a ser las palabras más hermosas que por primera, enésima, o última vez haya escuchado de tu boca.


Lo peor de éstos recuerdos, lo peor de éstos lugares, es que por un inmenso pasar del tiempo van a estar grabados con tu nombre, y nada, ni nadie, van a poder reescribir lo que ésto representa en lo más sincero y profundo de mi sentir.
Fue huracán, fue tornado, y ninguna simple brisa va a igualar todo eso.

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