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martes, 28 de abril de 2015

Y con el tiempo aprendí a acostumbrarme a estar con vos.
Y les aseguro que a veces la costumbre que refiere al amor es aún más fuerte que cualquier otra costumbre, y te liga a una condición que parece totalmente necesaria a tu vida, esencial, haciendote sentir que si una pizca de eso a lo que te acostumbraste te falta, ya no serías la misma persona.
Hoy puedo decir que no hay placer más grande que el placer de tenerte, y entender que sos humana, que erras, que te equivocas como yo y como otros, y que a pesar de eso, te voy a perdonar, porque algunas sensaciones como el enojo o el orgullo son inmensamente débiles comparadas al cariño sincero, al verdadero apego hacia alguien.
Y la verdad es que no quiero, bajo ningún punto, que te me escapes de mis manos, que simules ser agua y pases por mis dedos hasta escurrirte por la rejilla del lavamanos.  Y hoy mismo te estoy extrañando, y eso es aún más fuerte cuando esa frase sea válida para leer en cualquier momento donde te tenga lejos, porque no importa cuánto tiempo o a cuánta distancia estés, siempre voy a anhelar que estés al lado mío.
Aunque a veces, tengo que admitir, que te siento cerca, que te me haces presente con tus piropos lindos y tus mimos a la distancia, que creo tenerte a mi derecha apoyada en mi hombro y sonriendo, mostrando esos dientes blancos que me vuelven loco y me sumergen en la mas profunda paz.
Y así me siento, sinceramente, en paz. Esa serenidad absoluta que me da la seguridad de que te quiero tanto como vos a mí, no me la brinda nadie, ni nada. 

La última vez que te ví, me estuviste mirando desde un andén, y yo despidiéndome desde la ventana de un micro. Y ahí entendí que feas son las despedidas, pero que esperanzadoras se vuelven cuando se espera un nuevo encuentro.

Y ahí entendí que no necesitaba más que eso,
que la simpleza de la felicidad que me brinda tu presencia.

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