Vaya a saber uno, donde están archivados los legajos de las cosas que jamás sucedieron.
Vaya a saber uno, donde está la constancia escrita de todos los hechos que aunque por más que los hayamos deseado cada noche y cada día por cada instante, no tuvieron lugar.
Aunque ahora que lo pienso, probablemente no exista en todo el universo riqueza tan grande que aquellas infinitas actas, documentos y fichas sobre las improbabilidades más hermosas, de la impresión recibida de un viaje que no se realizó, de la servilleta escrita en algún bar al que no fuimos, las fotos que nunca fueron tomadas de las vacaciones que nunca hicimos juntos, o de las consecuencias inevitables de una decisión que nunca fue tomada.
¿Donde estarán los videos que nunca se grabaron, de las cosas graciosas que nunca hicimos?
¿Donde quedarán archivados los recuerdos que nunca ruve en la cabeza? Como ese de escuchar tu risa toda la noche y que te duermas en mi pecho, sin sombras, sin fantasmas ni miedos, queriéndote para no soltarte jamás.
O aquel otro, ese que tampoco ocurrió, el de aquel día que te sentías tan fría y pálida que todas tus inseguridades se calmaron con un abrazo. De esos cálidos, que no te dí. Que los tenía, que los guardaba, que eran solo para vos. De esos que no pasaron, de esos que no te pude dar, aunque me muera de ganas.
Vaya a saber vos,
vaya a saber yo,
donde están los repertorios de los momentos que no sucedieron, aquellos sometidos a la influencia de nuestra memoria, que solo se convirtieron en ficciones... A cada uno de ellos, los recordaría, leería uno por uno esos documentos como relatando un cuento que jamás pasó.
A decir verdad,
mi mayor deseo es encontrar ese lugar,
ese depósito de las cosas que no ocurrieron,
para vaciarlo, para leerlo, para vivirlo.
Para tenerte.
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