Leí la frase una y otra vez, y mientras escribía:
- "
¿En serio? ¿En serio me estás diciendo ésto?", mi cabeza no paraba de preguntárselo, como cuando el cerebro no recae en lo que pasa y queda en shock, paralizado, frío ante una situación que, claramente, lo sobrepasa.
Mi cuerpo no paraba de cuestionarse si lo que estaba viviendo era real, si todo eso estaba en el aquí y ahora, me desesperé y el alma entera me empezó a trastabillar, y así mi madrugada del Martes se volvió una de las más tristes que he tenido.
Diecisiete mensajes dejé en su bandeja de entrada de facebook, uno seguido de otro, uno más largo que otro. No hubo respuesta. Mi desesperación aumentó conforme a mis ganas de romper todo objeto que tenga cerca, pero me reduje a no hacer nada con el fin de no despertar a mi vieja.
Si mi idea era no hacerlo, claramente fallé, fallé luego de sollozos y lágrimas que terminaron en gritos y bronca.
Fui al ropero y agarré lo primero que encontré, abrí la puerta y decidí que, como hago cada vez que me siento tan triste al límite que mi cuerpo aguanta, fui a caminar, solo, tan sólo yo y mis pensamientos.
Y así el mundo pareció haber conspirado para acompañarme en sentimiento, cuando me hizo sentir aún mas triste, poniéndose la noche más oscura sin luz de luna que me alumbre, viento frío que me entumeció las manos y silencio absoluto en éste pueblo casi fantasma a las 1 45 de la madrugada.
La verdad que no tenía idea que estaba haciendo, no sabía para donde ir, siquiera sabía si quería ir hacia algún lado, pero por varias horas mi única preocupación se centralizó en caminar, caminar tanto como me sea posible, caminar pensando que solo caminando se me solucionaría todo ésto que tengo en la cabeza, todo ésto que ni siquiera sé como llamarlo.
Mientras al fin me decidí para donde ir, pareció que mis piernas se habían movido de forma inconsciente y me encontré en la rampa del puente,
ese puente, mi lugar donde siempre recaigo cada vez que de madrugada sufro la incontenible desesperación del llanto, ese llanto que te dan ganas de gritar y sumirte en más tristeza y soledad.
Y de repente sonreí, como si mi cuerpo sufriera la ambigüedad de sentimientos mas inesperada de toda mi vida, sonreí, sonreí viendo tu cara y una foto nuestra que había llevado en el bolsillo, y recordé que riendo a veces se llora, que a veces las sonrisas no son felicidad, sino una manera de llorar con bondad.
Me senté, caí casi recostado en la esquina de ese puente que me tiene como socio vitalicio en el gremio de las visitas tristes.
Y ahí estuve por horas, con mis pensamientos y mis llantos, con toda mi bronca que de vez en cuando dejaba salir con un grito de esos que irrumpen el silencio de las noches muertas.
Por momentos sentí que para lo único que valía la pena moverse era para pegar un salto desde ese puente y caer de cara al asfalto, resolviendo todo de la forma más cobarde.
Estuve conmigo mismo por horas pensando, pensando cosas que ni yo mismo quería pensar, pensando que había perdido la fe en todo, y tiene sentido, después de haber sido decepcionado muchas veces, se pierde la esperanza en todo.
Se hizo tarde, el frío había aumentado aún más y el camino a casa se volvió eternamente largo, crucé la plaza y los árboles que se mecían con el viento parecían tenerme compasión cuando pasaba al lado de ellos, y con una muestra casi de respeto se quedaban quietos, como viéndome a mí y a la triste carga de lágrimas y lamentos que iba dejando atrás.
Llegué y lo único que hice fue acostarme en la cama, y dormirme, dormí durante un día entero, como si mis problemas se solucionaran tan fácil.
Ojalá fuera asi, ojalá que dormir fuese la solución a todo, aunque pensandolo bien, para que todo ésto se me pase, tendría que aprender a hibernar.