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jueves, 23 de marzo de 2017

Hasta siempre, Abuela.

Como entrando a un lugar distinto, casi mágico, pero no de esos que antes de cruzar la puerta nos carcome la cabeza las dudas y las inseguridades. No así, no tenía ese gustito a incertidumbre, sino que todo lo contrario, llegar a tu casa y ver tu sonrisa que a pesar de los años y los malos tiempos seguía igual,  sabía a la más fuerte dósis de sentirme en mi casa.
Tu saludo siempre fue hogar, y cruzar ese portoncito atado con alambre, el cuál protegía esa puerta siempre semi abierta y detrás de ella una mujer a la que ahora le dedico letras, fue durante tanto uno de esos alivios al mundo cruel y retorcido que estaba afuera de ese patio simple pero hecho con tanto amor.

Y que mejor ejemplo que vos para hablar de simpleza,
si hasta tu nombre, Haydeé, significa modestia
y que mejor ejemplo que vos para hablar de modestia.

        Y que mejor ejemplo que vos, para hablar.
        Si hablar de vos sería nunca callarse

Lo que daría ahora por que hablaras, y me digas todo eso que no me dijiste
y también
me repitas todo eso que no te escuché
Y de que sirve escribirte ahora que ya no te tengo, será que tal vez necesito escupir todo eso que siempre reprimo y al final de cuentas entiendo que no tiene sentido alguno. O será que tal vez la fé a veces es terca y por dentro siento que me estás leyendo, que me estás cuidando, que me estás mirando con esos ojos celestes rodeados de arrugas que contemplaban con amor cada vez que fui creciendo y se fueron acortando mis ratos de visitas.

Si te cuento, cuánto disfrutaba tus mates, tus charlas, y esas galletitas que andá a saber que tenían que salía tan lleno.
Tal vez simplemente era el hecho que las hacías con cariño, y eso bastaba para que yo de ahí me vaya con una sonrisa y un " Iuuuupiii " que me gritabas cada vez que me despedías de la puerta.

- "Entrá, entrá que hace frío"

     Te decía siempre mi viejo, y después seguía la frase con un "será porfiada che, no se mete"

 Y con el tiempo entendí, que a vos no te importaba el frío, ni los huesos que te dolían, ni que los mosquitos se te metan adentro.
Te quedabas ahí, siempre te quedabas ahí, parada, soportando la cadera y el sol que te pegaba en la cara, pero era tu manera de decirme volvé pronto, mijito.
Me saludabas con los ojos brillosos de emoción, y sacudías la mano con la vitalidad de un adulto.

Y es difícil quedarme con la angustia de saber que no te dí todo de mí, que nunca supe mirarte a los ojos y tener la decisión de poder agradecerte todo eso que me diste sin la mínima intención de recibir algo a cambio.
Ahora sé que tengo que enfrentar todo lo que me resta sin la confianza de saber que allá y cada tanto, en ese rincón del mundo, vos me vas a estar esperando con unos mates, tu casita llena de verdes, y esos ojos que me miraban como diciendo.

    - Todo va a estar bien.


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